20 feb 2012

El 20 y la fe postmoderna

El 20 da la impresión de ser un ejemplar bastante soso de la serie de infinitos números que a uno le pueden venir a la cabeza incluso un día como hoy, 20 de Febrero. Para los ingenieros acostumbrados a tratar con especímenes más enrevesados y traviesos, como los cinco números que intervienen en la elegante identidad de Euler (e, π, i, 1 y el imprescindible 0), hay números mucho más interesantes. Tampoco es el 20 un número cabalístico al estilo del 7 o de significado entrañable como fueron en su momento el 18, que marcaba la entrada en la edad adulta y el salvoconducto para ver películas con enjundia o ligar en discotecas, o el 21 de la mayoría de edad y el derecho al voto (a partir del año 1977, claro).

Y sin embargo el anodino 20 ha ido haciéndose sitio en la notoriedad numerológica al formar parte de ciertos eslóganes que llegan a la sociedad desde el marketing político y también atraen a la ingeniería con el señuelo de una nueva edad de oro. Un buen ejemplo de ello es el popular 20-20-20 que el Parlamento Europeo aprobó en el denominado paquete Energía y Clima en Diciembre de 2008. No es preciso recordar que ese triple 20 consiste en el compromiso de cada Estado miembro de la UE para alcanzar (o preferiblemente rebasar) en el año 2020 el umbral del 20% en cuanto a la reducción de las emisiones de CO2, la participación de fuentes renovables en el consumo de energía primaria y la mejora de la eficiencia del consumo energético. En lo que se refiere a España, esos tres 20 llevan aparejada a su innegable virtuosidad programática y demás prístinos deseos un alza escandalosa de los costes energéticos hasta niveles nunca vistos en nuestro país.

Siguiendo con el magnetismo del 20 y puestos a continuar gastando lo que no tenemos (según se nos repite cada día) parece que toca ir una vez más detrás del Madrid 2020, la tercera y ya veremos si última llamada a la puerta del COI. Según manifestaba recientemente el gerente de la tropa española que se dispone al próximo asalto de la fortaleza olímpica '.. en 2012 queríamos los Juegos, en 2016 podíamos hacerlos y ahora los necesitamos'. También muy encomiable. Claro que habrá que ver si unos JJOO tal como se desarrollan en estos tiempos suponen la panacea para los males urbanos o al menos una ganancia tangible a favor de la ciudad que los alberga. No estaría de más averiguar en nuestro caso cuál será el retorno (cuantificable, por favor) de la inversión y desde el punto de vista del interés público asegurarse de que la rentabilidad de la operación no se va a perder en el brumoso bosque de las externalidades positivas, los efectos diferidos, los incontables beneficios indirectos y demás artículos de fe postmoderna. Sin tomar posición a priori ni jugar a ser doblemente antipatria en este asunto (una vez contra la patria chica, Madrid, y otra contra la profesión), me ha parecido interesante aportar una muestra de la opinión variopinta que aflora sobre este mismo tema en el Reino Unido, país que estrenará en pocos meses su flamante London 2012. Curiosa costumbre anglosajona, sopesar los 'pro' y los 'contra' ..

Ver el artículo '2012 Olympics: The gains from the Games' (The Financial Times) here.

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